martes, 14 de agosto de 2007

Llovia

Llovía. Aquellas gotas caían al suelo perdidas, como buscado refugió ajeno a aquella situación sin sentido.

Primero fue una, solitaria, lenta, con una calma y miedo mayor que el que me estuvo a punto de retener de venir aquí; la segunda, cayó a lo lejos, apenas la escuche gemir lastimosa cuando sitio las verdugas e quemantes piedras de la calle que rodeaba la plaza. –! Au ¡- la escuche decir agonizante cuando se despedazó deliciosamente en mil fragmentos de vapor. ¿O fue más un “plauc”? Que importa ya. Llovía.

El agua caía midiendo con cada gota los segundos que pasaban tortuosos, impacientes, esperando hacer sucumbir a lo que quedaba de mi calma con su parsimonioso ruido. Vi el reloj de manecillas que adornaba mi muñeca derecha, su incesante “tic-tac” se entonó al compás de la lluvia.

-Quince a las doce- dije en voz alta, como intentando que los jóvenes que bebían cerveza debajo de uno de los árboles cercanos dentro de una camioneta larga y oscura con las puertas abiertas, escuchara mis palabras.

Serenando rítmicamente continuó la lluvia. “¿Qué haces aquí, Luis?” me preguntaron en voz baja mis adentros confundidos y temerosos. “¿En serio esperas que venga?” me interrogaron. Solo selle su duda con un suspiro espontáneo que me hizo saborear el aroma a plaza mojada.

Aquel lugar era enorme. Mi casa hubiese cuatro veces sin esfuerzo. Su forma de rectángulo sementado, era la última prueba que guardaba de un recuerdo de cancha de deportes. Se hallaba en varios niveles, escalones simples por aquí y por allá te llevaba a una estrado a subnivel al centro.

Algunos prados rodeaban aquellas zonas adornado con flores de insomnio, rosas de desvelo, camelias de cariño o simples claveles de privacidad, para aquellos escasos de conciencia que buscaba ayuda.

Los jóvenes de la camioneta se habían ido ya. La fuerza en aumento del goteo incesante venció la osada batalla contra aquellos amantes del dios Baco. Solo yo esperaba ahora, y llovía más. La camioneta había partido entre gritos de urgencia por el tiempo y estrepitosa música que nadie oía. Las quejas por las horas pasadas con lamentos y suspiros se envolvían en una canción de amor convertida en ruido, que se alejaba contagiosamente.

El vehiculo oscuro se alejó derrapando el empedrado húmedo. El agua sintió otra vez un calor familiar en aquella área desconocida donde humeaba recuerdo de llantas nuevas. El derrape por sacar el orgullo en la propiedad paterna dio un aroma a fuego.

Me encontraba solo al fin. La plaza tomaba un tono sombrío al entrar la media noche, cuando las gotas impacientes de agua, se habían convertido en una estrepitosa y amenazante lluvia. Los prados estaba húmedos, las plataformas encharcadas, los verdosos centinelas que rodeaban la plaza eran felices; solo las rosas de insomnio recordaban su rostro victorioso desde su enlodada humildad.

Un faro falló en una esquina en la cercanía, fundido quizás por el uso repetido y extenso. De repente, un coro de motores de motocicleta se escuchó de pronto acercándose “¿Serán ellos?” me interrogue temeroso. -¡Trann! ssss- Un trueno se escuchó cercano estremeciéndome, seguido de la constante lluvia.

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