miércoles, 18 de julio de 2007

Le tengo miedo a la puerta

Le tengo miedo a la puerta abierta de mi cuarto por las noches, cuando debajo de su silueta geométrica de madera pulida, mis fantasías y temores se cuajan en sombras que se comen a los Ángeles que curan de las dudas cuando no tienen que hacer.

Le temo a la sombra del bordo de la pared verde que dibuja, asociada con mi sueño moribundo, figuras fantásticas nacida del meollo mismo de la piedra angular de mi conciencia. De hay. De donde salen gimiendo sin control, sin fuerza viva alguna, las penas añejas aquellas que no se olvidan, que se liberan con seis pesos de saldo en una llamada, con doscientos pasos o cuatro cincuenta de una visita, con un par de labios curvándose hacia arriba con cariño, mostrando agrado.

Le temo, otra vez ya no es noticia, al mundo real de allá afuera. Como si de verdad existiera. Como si, como aquella vez, fuera realmente consiente de que existo. ¿El mundo estará consiente de que existo?

Miro nuevamente la sombra de mi conciencia reflejada en la eclipsada luz que llega a la puerta, que opaza en los ases luminosos de la luna muerta, provocando todo aquello.

Le tengo temor, pánico, terror, admiración, ira, benevolencia, gracia...le tengo respeto a todas aquellas sombras que me persiguen cuando la luz no esta encendida; cuando corro velozmente por la escalera por que me sigue es demonio que guardo a un lado de mi alma, que solo mira y vive cuando la luz se apaga.

Le tengo miedo a ese mundo, el que no existe, de allá afuera; ese que vive en mi conciencia y que ignora que existo. Le tengo miedo a eso, pero más que nada... le tengo miedo a la puerta.

jueves, 5 de julio de 2007

Existió un rey..

Existió un rey hace algunos ayeres distintos a hoy.

Su mandato de dicha y justicia, con los matices oscuros del descontrol y la soberbia, había llegado a un punto en el que tenían que tomar una dedición que afectaría no solo a su corona, si no también a todas las vidas que le rodeaba, desde el lustroso paje hasta el humilde campesino.

La guerra real amenazaba su comarca. Varios reinos vecinos había propuesto le alianzas. El rey dudó al tomar la dedición. Monarcas de los alrededores ya había elegido. El rey se alió con el imperio que le pareció mas similar al suyo, uno que no era muy bien visto, con algunos problemas de diplomacia, y pocas muestras de esperanza a futuro; pero bueno y con propuestas de buena alianza.

Entrenó al mejor jinete que tuvo a su alcance por tres largas semanas. Cuando lo vio listo, lo mandó al reino propuesto a llevar, el mensaje tardó solo algunas horas en llegar a su destino. Horas tediosas, el jinete dudaba en ratos de lo que hacia, pero se animaba por que era lo mejor.

Al final llegó el mensaje al reino vecino. El jinete regreso confiando que volvería después del cambio de luna por una respuesta favorable de aceptación.

El rey calló al oír las palabras de su siervo. Pero al llegar su corte, sonrió. Sonrió como aquel que muestras una careta de risa cuando lo quema la pena. Con la esperanza en el alma de que la alianza por luchar, por defenderse en aquella batalla real triunfara. No había hecho alianza con ningún otro reino. Había que esperar.

Mientras que en el reino se festejaba con jugo de la dulce uva y algarabía la culminación una trinidad de años que el rey seguía con vida, festividad rara pero saludable e incentiva para segur adelante.

El rey quería reír, pero los días se hacían largos con la hora de la respuesta.

Una mañana, habiéndose cumplido el plazo de la respuesta del toque de tregua, el jinete encargado de portar el mensaje llegó jadeante a la corte donde el rey caminaba de un lado al otro preocupado. Todas las miradas se concentraron en él. Entre suspiros profundos para recuperar el aliento, entregó a su monarca una carpeta de cuero de siervo salvaje, iluminada por un sello de una rosa incrustada en plata, que se usaba para devolver mensajes. El rey la arrebato de las manos nerviosas del mensajero, y con el mismo sentimiento husmeó en el interior con calma.

Levantó la mirada solo para ver al jinete derrotado por el cansancio a media sala de la corte, mientras que una lagrima rodara lentamente por su mejilla del monarca.